domingo, 29 de agosto de 2010

Lucas 9, 1-2





1 Jesús reunió a los Doce y les dio autoridad para expulsar todos los malos espíritus y poder para curar enfermedades. 2 Después los envió a anunciar el Reino de Dios y devolver la salud a las personas.

Jesús envió a los Doce a anunciar el Reino y devolver la salud a los enfermos. El discípulo es un enviado, no actúa por su cuenta, es un apoderado que debe permanecer fiel al mensaje de quien lo envía. Es indispensable que el enviado reconozca que es un instrumento al servicio del evangelio, libre, pero fiel a la palabra de Jesús. No se puede predicar a sí mismo, tampoco puede acomodar el mensaje a los intereses de quienes le rodean, no le está permitido callar para no importunar a los que se emborrachan con lisonjas y favores. Es un enviado cuya palabra no le pertenece, cualquier reduccionismo, mutilización o acomodación del mensaje evangélico es una traición.

La misión del enviado es anunciar el Reino de Dios. El reino no es la iglesia, tampoco es una realidad ultraterrena, ni se puede identificar con un proyecto político o social. La novedad del reino es la irrupción del señorío de Dios en la historia humana. Dios está presente en medio de nuestro infortunio, camina al lado de los pobres y desamparados. Dios es Padre y no está encerrado en las paredes del santa santorum del templo oficial, camina a nuestro lado, conoce nuestros nombres, sabe de nuestra miseria. Dios es amor y no el publicista del fuego eterno; es justo, pero misericordioso, viene por las ovejas descarriadas y no se deja sobornar por los que se creen dueños del cielo.

El reino de Dios no viene precedido de señales cósmicas ni eventos catastróficos, no se apagará la luna ni se caerán las estrellas; el reino de Dios irrumpió en silencio, sin incienso ni ritos pontificales, imperceptible como un grano de mostaza, es más, fue rechazado por todos los que no fueron capaces de descubrir en aquel profeta itinerante al verbo de Dios.

La misión del enviado que anuncia el Reino de Dios es sanar las heridas de sus hermanos. Los signos del reino no son castillos ni tiaras, ni báculos ni templos; el signo es la liberación: " los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva" (Mat 11:5). Por eso Jesús envió a sus discípulos a curar, a liberar a los pobres del opresor, del maligno que pisotea el cuerpo y esclaviza el alma. No hay reino de Dios sin liberación... no más ciegos, para que todos nos veamos como hermanos; no más paralíticos para que emprendamos el camino de la solidaridad; no más leprosos porque todos somos iguales y Dios ve nuestro corazón y no los bolsillos, para él no hay impuros ni herejes ni renegados; no más sordos al sufrimiento y a las quejas de los menos favorecidos por esta sociedad marginadora; no más muertos de rencor y envidia, de hipocresía e interés; ésto es el reinado de Dios, la libertad y la justicia, la solidaridad y el amor, la buena nueva que llega a los pobres y humildes, los pequeños que Dios ama con predilección.

El enviado es un libertador, un guerrero de la justicia y la libertad, un signo de amor que se desvive por los pobres, un amigo de la gente humilde y sencilla que ignoran los programas oficiales. Si el apóstol confunde su envío con una profesión y ajusta el mensaje a los cánones oficiales teñidos de diplomacia y prudencia y no anuncia el reinado de Dios ni lucha por la liberación de los pobres es un traidor del evangelio. Jesús envió a los Doce a anunciar el evangelio y a curar.

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