domingo, 5 de septiembre de 2010

Juan 10, 11-15






11 Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas.

12 No así el asalariado, que no es el pastor ni las ovejas son suyas. Cuando ve venir al lobo, huye abandonando las ovejas, y el lobo las agarra y las dispersa.

13 A él sólo le interesa su salario y no le importan nada las ovejas.

14 Yo soy el Buen Pastor y conozco los míos como los mios me conocen a mí,

15 lo mismo que el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Y yo doy mi vida por las ovejas.


Hoy sobran los pastores asalariados, los explotadores de fieles, los impostores que trasquilan a las ovejas de su rebaño. Con estos falsos pastores ya no es necesario que haya lobos, ellos violan, despedazan y se hartan el rebaño que debían cuidar. Ocupan su báculo para imponer cargas, para desterrar opositores y condenar a los que se atreven a desafiar la autoridad. A los falsos pastores sólo les interesa la fama, los honores y la riqueza; viven en palacios y se codean con gobernantes e influyentes a quienes piden favores a cambio de publicitar sus obras de caridad. Son asalariados del poder, compadres de políticos y hacendados; su palabra es dócil y servil para bendecir a sus mecenas y juzgar a los adversarios del sistema. Hablan de pobres y de caridad, pero jamás se atreven a denunciar las injusticias, nunca protestan por la explotación, ni condenan los salarios de hambre que pagan los empresarios que financian el decorado del templo y pagan la orquesta del culto. Están obligados a defender a los marginados, a los sin nombre, a los que no cuentan en una sociedad consumista, sin embargo, coquetean con los poderosos, bendicen yugos y látigos patronales; desde el púlpito prometen el cielo del más allá, pero aprueban el infierno que viven los pobres de esta tierra. Los falsos pastores son lobos que en nombre de Dios devoran las ovejas de su rebaño.

El buen pastor vive, lucha y muere por sus ovejas. Su vida pertenece a los pobres, a los desposeídos, a las ovejas que anhelan un mundo más justo y humano. Comparte el hambre, el frío, la desesperación y la incertidumbre de las víctimas del sistema. Se le ve en las barriadas, sin trajes de color púrpura ni mitras bordadas, sin guardaespaldas ni carros blindados, sin protocolo ni edecanes. No es un jerarca ni príncipe eclesial, es un pastor que vive la suerte de su rebaño. Los pobres, los rechazados y los pecadores conocen su voz, siguen sus pasos, es uno de ellos que les comprende y acompaña siempre, en el dolor y la alegría, en la esperanza y el fracaso, en la lucha y en la muerte. El buen pastor no es cómplice de los calvarios del siglo xxi, no soporta la cruz de la globalización ni se doblega ante los pilatos que se lavan las manos después de aplastar a los débiles, tampoco comparte la cobarde prudencia de sus hermanos que callan para no arriesgar sus privilegios. El buen pastor es el profeta que denuncia la maldad que esconde la estructura del anti-reino, arriesga su pellejo sin cálculos diplomáticos y se compromete en las justas batallas del pueblo oprimido. Su palabra ilumina y no adormece, revela la verdad y no justifica a los poderosos, libera y no somete ni proclama la resignación, su palabra es fiel al Evangelio y nunca se acomoda a los intereses de los dueños del mundo. El buen pastor es leal hasta el final, las amenazas y las heridas no le detienen, su báculo es firme para defender el rebaño, pelea con los lobos hasta derramar su sangre, no busca el martirio, pero está dispuesto a morir por sus ovejas. El buen pastor sigue los pasos de Jesús de Nazaret.

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