domingo, 12 de septiembre de 2010

Lucas 6, 39





39 Jesús les puso también esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? Ciertamente caerán ambos en algún hoyo.


Los ciegos no pueden guiar. Los que no quieren ver la realidad y cierran sus ojos para ignorar el evangelio, terminarán en el fango, en el estiércol del egoísmo. Son ciegos los que pretenden erigirse en camino y meta, los que buscan ser el centro de atención y perdieron el horizonte; los que quieren ver solo aquello que se acomoda a sus intereses, los que creen que el evangelio da privilegios y poder para aplastar, los que aseguran que ellos son la norma de interpretación de las Escrituras. También son ciegos los que predican un evangelio desencarnado, un Cristo mutilado; los que pretenden aceptar que el evangelio es compatible con la injusticia, la explotación y la guerra.

Son ciegos aquellos que no se atreven a denunciar la injusticia por miedo a perder escandalosos privilegios que los atan al poder. Ciegos que van a convertir en cómplices de su mentira a sus discípulos, los guían hasta el Dios que se han fabricado porque es más cómodo y beneficioso.

El falso pastor se abroga la autoridad de condenar a sus adversarios, es un hipócrita que denuncia las faltas contra el culto, el ayuno y la limosna, pero no se atreve a descubrir que es cómplice de torturas, explotación y marginación, se cree con poder de juzgar y se emborracha de felicidad cuando condena a los demás. Es un hipócrita que se cree perfecto, tiene un olfato para descubrir las mínimas faltas de los otros, pero nunca reconoce sus errores, su incapacidad, su ineptitud; es un ciego, que no ve porque no quiere no ver, porque cobra por cerrar los ojos a la realidad para no denunciar la injusticia que está clamando al cielo.

El buen pastor es el que ama a sus ovejas, el que da la vida por ellas; el que no juzga ni condena, más bien perdona, el que atiende la voz del Señor que invita a ser misericordiosos como el Padre es misericordioso. El buen pastor es el que se deja instruir por el Maestro y con humildad repite: habla Señor que tu siervo escucha.


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