sábado, 7 de agosto de 2010

Lucas 6,6-11




6 Otro sábado Jesús había entrado en la sinagoga y enseñaba. Había allí un hombre que tenía paralizada la mano derecha. 7 Los maestros de la Ley y los fariseos espiaban a Jesús para ver si hacía una curación en día sábado, y encontrar así motivo para acusarlo. 8 Pero Jesús, que conocía sus pensamientos, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y ponte ahí en medio.» El se levantó y permaneció de pie. 9 Entonces Jesús les dijo: «A ustedes les pregunto: ¿Qué permite hacer la Ley en día sábado: hacer el bien o hacer daño, salvar una vida o destruirla?» 10 Paseando entonces su mirada sobre todos ellos, dijo al hombre: «Extiende tu mano.» Lo hizo, y su mano quedó sana. 11 Pero ellos se llenaron de rabia y comenzaron a discutir entre sí qué podrían hacer contra Jesús.

Esta perícopa es una escena con tres actores, un testimonio de amor y un ejemplo de mezquindad religiosa.

1. Jesús

Jesús cumple con el mandato de dedicar el sábado a su Padre, por eso va a la sinagoga, pero no es un fanático ni está sometido a la mezquindad de las prohibiciones del sábado. Cuando ve al hombre que tiene la mano seca... lo cura, le hace salir de su parálisis, lo restaura.

¿Qué es lícito hacer en sábado? ¿El bien o el mal? ¿Curar o dejar a aquel hombre en su impotencia? Para Jesús, no hacer el bien es un mal, esclavizarse al culto, ceñirse a la letra de la ley y olvidar el amor, es maldad; esconderse en las paredes religiosas para no cumplir con la obligación de hacer el bien... es el pecado de los buenos. Jesús actúa con libertad, no está apegado al legalismo superficial, él nos enseña que el verdadero culto a Dios es el amor que se manifiesta en la acción a favor de los más necesitados, de los que tienen menos oportunidades, de los que tienen una mano seca.

2. Los escribas y fariseos

Están siempre al asecho para acusar. Siguen a Jesús no para aceptar su mensaje y reconocerlo como Mesías, lo siguen para encontrar elementos que les permita acusarlo. Lo buscan para ver en que falla y poder deshacerse de él. Al asecho... lo vigilan... lo persiguen... lo acusan... quieren saber si desprecia las sagradas normas que ellos han dictado en nombre de Dios.

¡Cuánto fundamentalismo carcome a la iglesia! Pretenciosa, prepotente, inquisidora... con una estructura jerárquica que vigila la ortodoxia, que es el tribunal que dispone de la verdad... asecha, acosa y acusa a los críticos y disidentes, los anatematiza, excomulga y casi los condena al fuego eterno. Escribas y fariseos visten sotana para guardar celosamente la pureza de la doctrina y del dogma: En sábado se prohíbe... en la iglesia se prohíbe. Se cuida la apariencia, se exige el apego irrestricto a al culto oficial y se olvidan de los miles de hermanos que tienen la mano seca: jóvenes sin oportunidades, campesinos sin tierra, obreros sin trabajo, enfermos desconsolados; el mundo está lleno de necesitados que esperan nuestra acción, pero seguimos insistiendo en la obligación de guardar el sábado.

3. El hombre de la mano seca

Es fácil ir a la iglesia y continuar tullidos, con la mano seca; quietos, sin acción, suplicando lástima y viviendo a escondidas en el incienso, en la sacristía, en el grupo, la asamblea...

Hay que acercarse a Jesús, hay que pedir con fe y humildad que nos sane la mano seca... que nos quite el egoísmo, el victimismo, el fanatismo que nos paraliza, la comodidad que nos deja actuar como auténticos cristianos. Aquel hombre tenía la mano seca, nosotros tenemos seca el alma, somos prisioneros del egoísmo y hemos ajustado el evangelio a nuestra conveniencia. Solo Jesús nos puede librar de esta parálisis y cobardía, hay que extender la mano para que nos toque Jesús, para tocar a nuestros hermanos.


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