sábado, 14 de agosto de 2010

Juan 13, 34-35




34 Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Ustedes deben amarse unos a otros como yo los he amado.

35 En esto reconocerán todos que son mis discípulos, en que se amen unos a otros.»

El humo indica fuego; la suástica recuerda la vergonzosa ideología asesina que condenó a millones de judíos a la cámara de gas; y, la cruz… en este tiempo significa poco o nada.

Cruces hay de oro, plata, coronadas de rubíes, talladas en marfil; góticas, románicas, modernas; decoran iglesias, residencias, comercios, burdeles, palacios; las hay que adornan el cuello de políticos corruptos, el hábito de clérigos pedófilos, las armas de los asesinos, las caderas de las artistas, la coreografía de las bailarinas… También hay cruces de piedra, de olvido, silencio, maltrato, cruces insoportables para renegar de la vida; cruces miserables que apestan a hambre, a sangre y explotación.

La cruz dejó de ser un signo cristiano, ahora es el diseño exclusivo de la marca Cristian Dior, es la medalla teñida de sangre para los héroes de guerra, es el ostentoso decorado para las fiestas en las que, en una noche, se consume lo que mil obreros de una fábrica ganan en un mes.

Las estampas religiosas, los rosarios y las piadosas imágenes de vírgenes y santos tampoco pueden servir como distintivo de los cristianos; en esa extensa colección de amuletos y joyas mágicas se esconde la miopía evangélica, el ritualismo vacío y el comercio religioso. Los trajes de las cofradías y las medallas de los devotos solo descubren a los fanáticos y a los sectarios que en nombre de Dios aplastan a los que violan la ortodoxia oficial.

En la masa anónima que cabalga estrepitosamente en este cosmos secularizado ¿hay espacio para un signo cristiano? ¿Es posible, todavía, un signo que delate a los seguidores de Jesús de Nazaret, una señal inequívoca que de testimonio del mensaje de aquel profeta galileo?

Por supuesto hay que descartar cualquier objeto material del consumismo seudo-espiritual, los cristianos no se conocen por el hábito ni siquiera porque corren con una Biblia bajo el brazo. Jesús de Nazaret, en su discurso de despedida nos dejó el signo que distingue a los cristianos: “Os doy un mandamiento nuevo: ¡Amaos los unos a los otros! … En esto reconocerán todos que sois mis discípulos: si se aman los unos a los otros”.

El amor es la señal inequívoca que delata a los cristianos, la medida de ese signo es el amor de Jesús de Nazaret, el cual revela el amor de Dios, su Padre. Cristiano es el que ama como Jesús amó, no hay otra definición, no existe otro distintivo; el culto, la misa, la piedad, el don de lengua, el don de sanación, no sirven para nada si no hay amor; los sacramentos, la iglesia, el papa, el credo, no sirven para nada si no hay amor.

Hay que amar como Jesús de Nazaret amó; no se trata de un amor demagógico ni simbólico, no existe el amor espiritual que conjuga a conveniencia los intereses mezquinos con la caridad de limosna, la explotación con los sórdidos abrazos de paz; el amor de Jesús es solidario, liberador y comprometido.

Es un amor solidario capaz de romper las estrechas fronteras de los credos religiosos, que tiende la mano a quien lo necesite, aunque piense distinto y combata nuestras ideas. Amor solidario no es la penosa limosna que pretende lavar la usura, la explotación y la corrupción; tampoco es dar a los demás lo que sobra y huele a podrido; al necesitado no se le entrega la basura ni las medicinas vencidas. La solidaridad no es una inversión comercial que se cobra en el fisco o se divulga en los periódicos.

Es un amor que libera. Sentir lástima es bochornoso, es pisotear la dignidad de las víctimas; el paternalismo también es bochornoso porque esclaviza y condena; a los hombres no se les tira alpiste y se les corta las alas; no se les da un pedazo de pan y se les mantiene marginados. Ama quien lucha para romper las cadenas que oprimen, quien denuncia la injusticia y le enseña a los pobres a combatir la pobreza. El amor es el que impulsa a no someterse a los vejámenes que imponen las estructuras que solamente protegen los intereses del sector económicamente dominante.

Es un amor comprometido con los más necesitados, con los pobres que solo cuentan en las estadísticas gubernamentales; con los parias que cargan con la cruz de la sospecha; con los sin trabajo que no encuentran ninguna oportunidad para desarrollarse como personas. Un compromiso que no es un discurso intelectual ni un sermón de domingo, que no es ideología ni oferta electoral. Amar a los pobres es entregarse a ellos como lo hizo el profeta de Galilea, hasta las últimas consecuencias.

La única señal que distingue a los cristianos es el amor. Los cristianos son los que aman como Jesús de Nazaret, con un amor solidario, liberador y comprometido.

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