sábado, 10 de julio de 2010

Marcos 12, 41-44



41 Jesús se había sentado frente a las alcancías del Templo, y podía ver cómo la gente echaba dinero para el tesoro; pasaban ricos, y daban mucho. 42 Pero también se acercó una viuda pobre y echó dos moneditas de muy poco valor. 43 Jesús entonces llamó a sus discípulos y les dijo: «Yo les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros. 44 Pues todos han echado de lo que les sobraba, mientras ella ha dado desde su pobreza; no tenía más, y dio todos sus recursos.»

Las grandes corporaciones de negocios patrocinan millonarias campañas sociales; sus directores reciben aplausos, medallas y toda clase de reconocimientos: el gobierno los pone de ejemplo, las iglesias bendicen su generosidad y los medios informativos destacan con enormes titulares la bondad de los empresarios. Lo que nadie comenta es que esa supuesta generosidad es sólo una inversión más, se gasta en obras sociales para que se multipliquen sus beneficios fiscales, se incremente la publicidad y de paso esas monedas limpian las escandalosas ganancias obtenidas con la injusta explotación de los obreros y los onerosos precios cancelados por los consumidores. Inversionistas son también aquellos ricos del tiempo de Jesús que depositaban sus limosnas con toda publicidad, esas enormes sumas de dinero les concedían el honor y la admiración del pueblo que los tenía como generosos, ganaban el respeto de la clase sacerdotal que les garantizaba la bendición de sus negocios. La generosidad no es una inversión financiera, no se mide en términos de mercado, no es compatible con la publicidad ni tiene que ver con más o menos dinero. Los ricos esperaban comprar la salvación con sus monedas, esperaban domesticar a Dios con sus riquezas, la generosidad reducida al viejo y corrupto concepto de la limosna como inversión espiritual.

Inadvertida por los espectadores del carnaval de los generosos, una miserable anciana, viuda, pobre y mal vestida, echó dos moneditas de cobre, de muy poco valor; entregó a la obra de Dios lo poco que tenía, lo entregó todo, confiada únicamente en la generosidad de Dios. Lo entregó sin propaganda, no esperaba ni una mención honorífica, no esperaba nada a cambio. El comentario de Jesús no deja lugar a dudas: Les aseguro que esta viuda pobre ha dado más que todos los otros que echan dinero en los cofres... la razón es bien sencilla, los ricos dan lo que les sobra, lo que les estorba y les puede servir para promocionarse, en cambio, aquella viuda entregó todo lo que tenía para vivir. Seguramente la clase sacerdotal alababa a los nobles que llenaban los cepillos del templo, los reverenciaban y los tenían muy presentes en las plegarias, eran el sostén de la casa del Señor, sin duda, nunca se percataban de la presencia de aquella viuda que con pena y discreción depositaba su ofrenda... total, aquellas monedas no servirían para mucho. Afortunadamente la visión de Dios es radicalmente distinta, le ofende el ruido de las monedas que suenan a sangre y explotación, le molesta la inversión de los ricos que quieren comprar el cielo, le desagrada el mercantilismo del clero que se vende al mejor postor y bendice la injusticia; le agrada la humildad y la pobreza de la viuda que dona con el corazón, ella le entregó Dios lo único que tenía para vivir. No le sobra nada, le falta todo, pero tiene la generosidad de depositar su vida en manos de Dios.

La iglesia tiene que aprender del ejemplo de la viuda, a veces parece una prostituta que baila el son de los que pagan, calla la injusticia, bendice fusiles, ignora a los pobres y se arrodilla ante los benefactores que la domestican a cambio de unas o muchas monedas. La iglesia santifica a los que llenan sus cepillos, los mima y les cubre sus latrocinios; para no morder la mano que los alimenta guarda silencio o defiende los intereses de sus padrinos. Esto es grave, pero es más escandalosa la actitud que adopta con los pobres, con los que no tienen la capacidad de llenar los bolsillos del clero. Aquella viuda fue capaz de entregar lo poco que tenía, la iglesia tiene que aprender a dar y no solo recibir, entregarse y no solo esperar, tiene que perder el miedo a quedarse desnuda asida únicamente a la misericordia divina. No se trata de votos hipócritas de pobreza que esconden la opulencia de las fraternidades comunitarias. La viuda comparte su pobreza, entrega con sinceridad, sin ruido ni propaganda y sin pasar la factura a nadie.




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