sábado, 24 de julio de 2010

Lucas 6, 21-22



Bienaventurados los que lloran, porque van a reír.

¿Por qué lloramos? Lloramos de tristeza, soledad, desencanto, impotencia; lloramos porque no tenemos paz, porque agonizamos acongojados, la vorágine de problemas nos está hundiendo. En el reino de Dios que debemos construir, el llanto se cambiará por alegría, no porque mágicamente se solucionen los problemas, sino porque confiadamente nos entreguemos a la voluntad divina. Los problemas, las dificultades, las congojas serán más llevaderas porque en el Reino de Dios existe la solidaridad. El llanto del huérfano, de la viuda, del anciano, del enfermo será consolado, será acompañado con sinceridad.

Bienaventurado el perseguido, el loco, el difamado por la causa de Jesús

Bienaventurado el pastor proscrito por la jerarquía, el teólogo excomulgado por el Vaticano que optó por ser fiel a Cristo y señaló proféticamente los escándalos de la iglesia. Bienaventurados los que expulsan de los Seminarios, de las parroquias y de sus iglesias, porque nunca se sometieron al discurso oficial y prefirieron predicar el evangelio. Bienaventurado el pastor que derramó su sangre y es todavía perseguido por sus hermanos de báculo, porque no terminan de entender que Dios tiene una especial preferencia por los pobres, los marginados, los explotados… los esclavos de la maquila.

Bienaventurados los que prefieren el destierro a vivir cómodamente como los perros mudos que no se atreven a denunciar las injusticias y la explotación que provoca el mundo globalizado. Siempre los padres, la jerarquía, los buenos, los sabios, tratan como rebeldes, como locos, como peligrosos a los que rompen las viejas tradiciones dictadas por los mayores, los que detentan el poder económico, político o religioso.




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