
4 pero permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes. Una rama no puede producir fruto por sí misma si no permanece unida a la vid; tampoco ustedes pueden producir fruto si no permanecen en mí.
5 Yo soy la vid y ustedes las ramas. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, pero sin mí no pueden hacer nada.
En las iglesias hay más estafadores de la fe que verdaderos
creyentes. Hay pequeños y grandes farsantes que prometen el paraíso a cambio de
diezmos; están los guardianes de la ortodoxia que defienden la minucia de la
doctrina y se olvidan de vivir el evangelio; sobran los cobardes y prudentes
que se esconden en el fanatismo espiritual y flotan en sus cielos místicos,
pero ignoran el polvo y el fango de esta tierra; dan lástima los modernos
predicadores que acomodan las exigencias evangélicas a sus gustos ligh, antes convirtieron
a Jesús en el hippie de los setentas y hoy es un empedernido
consumista cibernauta, practicante del zen, el fenchu y el yoga. Las
comidas fraternas de Galilea, aquel encuentro con pecadores y prostitutas, es
ahora un lucrativo negocio con menús gourmet, alabanzas y ofrendas
en efectivo. Los conversos, los iniciados, los dueños de cofradías y grupos
pastorales se pavonean porque hablan en lenguas, huelen espíritus y son los
elegidos del altísimo, pero todo el vigor se gasta en asambleas,
retiros y cultos que adormecen, en liturgias sociales y estampas sosas. No hay
compromiso, sólo incienso y ritos monótonos y aburridos, a los que no puedes
faltar sin cometer pecado; no hay opción por la justicia, sólo
cultos maquillados con lágrimas, aplausos, risas y gritos que ocultan los
intereses mezquinos de quienes se enriquecen en el nombre de Dios. Nos
chantajean con el infierno… para vaciar los bolsillos, para
desmontar batallas y someter rebeldes. Los estafadores de la fe no son ramas
auténticas, sus frutos son la expresión carnavalesca del egoísmo piadoso, sus
obras son vacías porque están desgajadas de la vid verdadera.
Jesús de Nazaret es la vid verdadera, la única fuente de los frutos del reinado
de Dios. Para producir obras de amor es imprescindible estar injertados en el
profeta de Galilea. Hay que seguir al Crucificado-Resucitado, a Jesús de
Nazaret, que compartió su pobreza con los desposeídos y marginados, que fue
tolerante y no excluyente, que festejó la vida y abrazó impuros, pecadores,
ladrones y miserables. Seguir a Jesús de Nazaret es aceptar la provocación
evangélica que no deja espacio a la mediocridad; es cumplir la voluntad de Dios
que nos llama a ser sal y luz en un mundo cercenado por la injusticia, el dolor
y el egoísmo. El que sigue al Señor no puede ser un estafador de la fe, su
liturgia será un encuentro personal con el Resucitado que lo impulsa a luchar
por la liberación de los pobres y oprimidos; su compromiso comunitario no se limita
a las fronteras confesionales, es hermano de todos, especialmente de los
predilectos de Dios: los pobres. Su oración no es un sedante que adormece
conciencias, es la fuerza indispensable para exigir justicia, respeto y
dignidad. Su vocación es servir, entregarse a los demás; arriesgar la vida, si
es necesario, para construir un mundo más justo y humano. Hay que permanecer
unidos al Señor para dar frutos de amor, pero no hay que olvidar que no es la
ortodoxia ni la iglesia institucional las que garantizan ser sarmientos de la
vid verdadera; la Iglesia, es un camino y no la meta; la doctrina es una guía,
pero no es el Evangelio… seguimos única y exclusivamente a Jesús de
Nazaret.
No hay comentarios:
Publicar un comentario