domingo, 21 de noviembre de 2010

Mateo 23,14






¡Ay de vosotros, letrados y fariseos hipócritas, que devoráis los bienes de las viudas, mientras hacéis largas oraciones para que os tengan por justos! ¡La sentencia para vosotros será más severa!

Los buenos, los que están cerca del altar, los que nunca faltan a misa y son parte de todos los movimientos parroquiales, los que se creen salvos y esperan que todos les admiren su piedad y les imiten su generosidad y entrega a la iglesia, son los mismos que en tiempos de Jesús cuidaban las apariencias para ser alabados en las plazas públicas, para tener los primeros puestos en la sinagoga y en las celebraciones.

Los fariseos eran expertos en imagen pública, hasta la vestimenta les servía para promoverse, lo esencial para ellos era la apariencia, que todos los reconocieran como piadosos; se consideraban los intérpretes de Dios, los celosos custodios de la tradición. Pero aquella religiosidad era una farsa, una máscara para ocultar su mundo depravado; ellos, los piadosos que recitaban oraciones interminables, los que permanecían de pie frente al altar, los venerables, los teólogos... ellos despojan de sus bienes a las viudas. Tanto incienso, velas y rezos sólo para ocultar sus prácticas pervertidas que convertían a las viudas en frágiles víctimas de la ambición y avaricia de los maestros de la ley.

La falsa piedad es siempre un disfraz que esconde la podredumbre del corazón, es el refugio de los cobardes que esperan cambiar el mundo con plegarias sosas y monótonas, es el opio que adormece y domestica las conciencias; la falsa piedad es la máscara perfecta para estafar en nombre de Dios, para condenar en nombre de la ortodoxia y desterrar a los herejes que no beben agua bendita ni practican las sagradas devociones ni las novenas de los santos de escayola. Los que se codean con el clero representan la versión más refinada de los fariseos, en los templos ocupan sillas especiales, cerca del altar y lejos del pueblo pecador, son la sombra de los curas y se creen con derecho a juzgar y condenar a los que no pertenecen al círculo de los privilegiados. El problema no es que dirijan los movimientos de pastoral, los grupos de oración, las cofradías y la casa del cura, el problema es que viven una falsa piedad que amontona rezos, cortinas e incienso, pero nunca se traduce en praxis evangélica, la buena nueva no se predica a los pobres, la liberación no alcanza a los oprimidos, la fe se reduce a culto, limosna y misas. Esta piedad de apariencia justifica la resignación, la explotación, el consuelo en el más allá; y de paso, ganan aplausos, el respeto de los poderosos, la admiración y el beneplácito de la jerarquía eclesiástica. Fariseo es también el rico que los domingos comulga con su traje impecable, pero el lunes explota a sus empleados, despide a los ancianos y cambia las pesas y medidas para obtener más ganancia con el menor costo posible, total negocios son negocios; pero también es fariseo el pastor que tolera esa hipocresía y no denuncia la incongruencia entre fe y vida, el que calla para no perder las limosnas de los que patrocinan sus campañas parroquiales.



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