domingo, 17 de octubre de 2010

Lucas 6,37




37 No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados.

El Reino de Dios requiere auténticos pastores que, ante todo, deben ser discípulos del Maestro. Cuando un pastor olvida que su ministerio es servicio y discipulado no es más que un falso pastor, un guía ciego que conduce a la perdición.

Dirigir, a veces, provoca una desequilibrada autoridad que se emplea para juzgar y condenar; erróneamente, el falso pastor se considera dueño de la verdad, se instala como tribunal para juzgar y condenar a los que piensan de manera diferente, justifica su acción aduciendo que es el depositario de la tradición, el intérprete oficial, por eso, condena, destierra, ordena callar a los que considera contrarios a la ortodoxia de la cual ha sido investido como guardián. Esta actitud es contraria al evangelio... juzgar es un atributo divino que no pueden usurpar los hombres; el cristiano no debe juzgar ni condenar para no ser juzgado ni condenado, al ciudadano del Reino le corresponde perdonar, ser misericordioso, el modelo es el Padre que es misericordioso, que perdona nuestras faltas y siempre está dispuesto a recibirnos.

El que tiene el encargo de guiar corre el riesgo de olvidar que es un instrumento de arcilla, frágil y pecador, la responsabilidad le confunde y cree que fue escogido porque es el mejor, el bueno, el que puede reprochar a los demás. El falso pastor es experto para descubrir y señalar la paja de sus hermanos, pero no ve la enorme viga que está en sus ojos. Critica, juzga y condena a sus hermanos por las faltas más mínimas, excomulga al prójimo porque no es piadoso ni se acerca al confesionario, les ataca porque son liberales para leer las Escrituras, los sataniza porque no se someten al canon oficial; pero olvidan que el amor a Dios y al prójimo exigen luchar por la justicia. Los falsos pastoren pretenden ignorar que Dios ama preferentemente a los pobres, a los humildes, a los marginados, a la escoria de la sociedad.

Denuncian las faltas contra el culto, el ayuno y la limosna, pero no se atreven a descubrir que ellos explotan a sus hermanos, los maltratan, los pisotean y en nombre de Dios los trasquilan. Razgan sus vestiduras porque sus feligreses no están casados, se escandalizan porque los chicos se masturban y las parejas se divorcian, pero no son capaces de reconocer que bendicen armas, lavan dinero, santifican sistemas que explotan y marginas a los pobres, aplauden guerras y se lucran con la religión. Hipócritas que creen que el hábito les exime de vivir el evangelio.

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