12 Estando Jesús en uno de esos pueblos, se presentó un hombre cubierto de lepra. Apenas vio a Jesús, se postró con la cara en tierra y le suplicó: «Señor, si tú quieres, puedes limpiarme.» 13 Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda limpio.»
El leproso se acercó a Jesús, con el rostro en tierra graficó su humillación y su fe: "si quieres, puedes curarme". Rompió los esquemas judíos, el leproso, el excluido de la vida social y religiosa se acercó a Jesús, le dio alas a su esperanza, se acercó con humildad, reconoció el poder del profeta itinerante y con fe le imploró por su salud.
Ante aquella actitud del leproso, Jesús: lo tocó, le curó la lepra y le ordenó presentarse al clero.
Jesús rechaza la superficialidad de los ritos y las normas de la pureza cultual. No acepta las normas que discriminan y dividen a las personas en puras e impuras, no le teme al contagio porque él es la salud que limpia la lepra. A la fe de aquel marginado respondió con la liberación del mal. Le devolvió la dignidad arrebatada por las llagas, lo reincorporó a la sociedad y a la religión; le devolvió la calidad de ser humano, de la cual, había sido despojado porque era impuro a los ojos de la ley.
A la Iglesia le cuesta aceptar la novedad del reino de Dios; a veces, es más práctico y sencillo conservar y fortalecer las tradiciones, los viejos esquemas llenos de polvo, pero seguros, sin complicaciones, basta dividir a los feligreses en buenos y malos, puros e impuros, leprosos y salvos. En ese mundo, los buenos tienen los mejores puestos, reciben condecoraciones y presiden cofradías y grupos de oración. En cambio, los leprosos, lo que no comulgan a diario, los impuros que se atreven a criticar la voz oficial, los que piensan diferente de la jerarquía, a estos enfermos hay que separarlos del rebaño, son pecadores que están excluidos del culto porque no respetan los ritos oficiales. Son leprosos que contaminan con sus ideas y críticas.
La perícopa interpela a la iglesia para que abandone sus prácticas discriminatorias, para que deje de marginar a sus hijos rebeldes. El evangelio libera, limpia los falsos ritos, retaura la dignidad de los que han sido castigados con el destierro social y religioso. Lucas exhortaba a su comunidad y nos invita a nosotros a vivir un evangelio liberador que no le teme al contagio y es capaz de tocar y sanar la lepra del alma.
El evangelio me interpela a asumir la actitud del leproso y aseguir el ejemplo de Jesús. También soy leproso, enfermo, lleno de imperfecciones, también soy marginado; como aquel enfermo, las llagas del mal, mi mal genio y mi tosco carácter hacen que los demás se aparten de mí. Como aquel leproso debo acercarme a Jesús, con humildad, rec0nociendo su poder y bondad, y con fe le debo decir: si quieres puedes curarme.