sábado, 19 de junio de 2010

Marcos 16, 14-18








14 Por último se apareció a los once discípulos mientras comían y los reprendió por su falta de fe y por su dureza para creer a los que lo habían visto resucitado. 15 Y les dijo: «Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. 16 El que crea y se bautice se salvará; el que se niegue a creer se condenará. 17 Estas señales acompañarán a los que crean: en mi Nombre echarán demonios y hablarán nuevas lenguas; 18 tomarán con sus manos serpientes y, si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y quedarán sanos.»


Los inquisidores, aguafiestas, sabelotodo y canonistas se han apoderado de la iglesia. Lo que en sus inicios fueron pequeñas y ligeras barcas, capaces de navegar en golfos, esteros y puntas; hoy es un enorme buque de hierro, pesado y lento, que requiere puertos y mar profundo. En aquel tiempo eran pescadores, campesinos y hasta recaudadores de impuesto, el único requisito que se les exigió era seguir al profeta de Galilea; hoy se demanda doctores, maestros y sabios expertos en la ciencia de Dios, se hacen llamar eminencias y sueñan, muy clandestinamente, con el púrpura de la jerarquía. Aquellos eran predicadores itinerantes, felices discípulos que anhelaban compartir su experiencia pascual, compañeros solidarios dispuestos a morir por la fe y sus hermanos; dos milenios después, los caminos languidecen sin huellas, se prefiere la comodidad y el banquete palaciego, se discuten dogmas, se añora el latín y se excomulga a los vagabundos que irrespetan las alambradas de la doctrina. La plata, el poder y la fama han prostituido la vocación. Los viejos misioneros de antaño ya no inspiran a los grumetes que viajan en primera clase, con seguro y azafata incluida. Hoy la sotana es sinónimo de status, una obsoleta indumentaria que garantiza visas y abre puertas en el extranjero, un negro pasaporte para escalar peldaños en la sociedad. Los misioneros de antaño suspiraban por África y las tierras musulmanas; hoy, las comunidades indígenas, los cantones y las barriadas no significan nada, el léxico misionero se gasta en congresos y en papeles de escritorio. La misión ya no hierve en la sangre de los religiosos de profesión. El último encargo del Crucificado-Resucitado cayó en desuso. Los nuevos discípulos se afanan por alcanzar prestigio, coleccionan títulos teológicos y se codean con los poderosos, pero olvidaron ser heraldos del reinado de Dios.

Jesús de Nazaret fue un profeta itinerante, un vagabundo de Dios, un soñador que recorrió las aldeas de Galilea; no buscó la fama ni el poder, pobre entre los pobres; amigo de tertulias y del vino, un laico que rompió los moldes religiosos de su época y no se dejó atar por los cánones de la ortodoxia del templo. Un peregrino que pasó haciendo el bien. Liberó a los poseídos por los poderes demoniacos que someten y esclavizan a los sencillos, sanó a los enfermos, curó las heridas de los marginados de aquella sociedad teocrática y anunció la buena noticia de la presencia del reinado de Dios. Llamó bienaventurados a los pobres, a los hambrientos y a los perseguidos; sintió lástima por aquel joven rico que no fue capaz de desprenderse de su confortable seguridad. Su muerte sangrienta selló la fidelidad de su vida. Antes de retornar al Padre encargó a sus discípulos una misión que no se puede soslayar: predicar el evangelio. La buena noticia que se debe transmitir con el testimonio de una vida al servicio del prójimo, especialmente al más necesitado, al que las sociedades consumistas excluyen y aplastan, a quienes la maquinaria productiva desecha por viejos, enfermos e inútiles. Un evangelio que se debe proclamar sin reservas ni prudencias, sin mutilaciones ni torpes diplomacias, que no responda a la conveniencia política ni económica. La misión es proclamar la presencia del reinado de Dios a todo el mundo. El mensaje del Crucificado-Resucitado tiene que llegar con toda su fuerza profética a los señores que controlan este mundo, a los que gobiernan y a los mandan con su riqueza; es terriblemente escandaloso que se llamen cristianos, comulguen en las misas protocolarias y los bendiga la jerarquía eclesial… si se dedican a explotar a sus empleados, son corruptos y solamente les importa incrementar sus ganancias. La misión es predicar un evangelio que libere y sane a las víctimas de la intolerancia, que haga justicia a los mártires de la oposición, que inspire solidaridad y compromiso con los que sufren y están desamparados. Para predicar el evangelio de Jesús de Nazaret no se requiere elocuencia ni demagogia, no se necesita ni hablar en lenguas ni ofrecer milagros… se exige autenticidad y compromiso hasta las últimas consecuencias.

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