sábado, 12 de junio de 2010

Marcos 10, 35-45





35 Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: «Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir.» 36 El les dijo: «¿Qué quieren de mí?» 37 Respondieron: «Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda cuando estés en tu gloria.» 38 Jesús les dijo: «Ustedes no saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que yo estoy bebiendo o ser bautizados como yo soy bautizado?» 39 Ellos contestaron: «Sí, podemos.» Jesús les dijo: «Pues bien, la copa que yo bebo, la beberán también ustedes, y serán bautizados con el mismo bautismo que yo estoy recibiendo; 40 pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mí el concederlo; eso ha sido preparado para otros.» 41 Cuando los otros diez oyeron esto, se enojaron con Santiago y Juan. 42 Jesús los llamó y les dijo: «Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones actúan como dictadores, y los que ocupan cargos abusan de su autoridad. 43 Pero no será así entre ustedes. Por el contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, debe hacerse el servidor de todos, 44 y el que quiera ser el primero, se hará esclavo de todos. 45 Sepan que el Hijo del Hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por una muchedumbre.»


El evangelio de Marcos es un testimonio de la fragilidad de los apóstoles, esa tosca arcilla que pacientemente fue moldeando Jesús. Este pasaje es una muestra de la mezquindad y la arrogancia de los hijos del Zebedeo y la envidia de los compañeros. Santiago y Juan quieren los primeros puestos, buscan el honor de estar junto al superior, los demás vienen después; están dispuestos a pagar cualquier precio para ser los primeros, los privilegiados, los de la argolla dorada, los que ejercen el poder. Sus compañeros se molestan, se indignan por esta competencia desleal, los hijos del Zebedeo se les adelantaron en sus ambiciones, también ellos quisieron los puestos de honor, también ellos están interesados en el poder.

Esta escena no ha sido superada, dos milenios después la carrera por el poder es más apretada, se invoca al Espíritu Santo para escoger a la jerarquía eclesial, pero los nombramientos son el resultado de negociaciones, es la coronación de carreras ambiciosas, es la decisión de los gobernantes y del poder económico lo que cuenta en la influyente diplomacia romana. Y los pastores se confeccionan a la medida del gobierno de turno, se busca los menos problemáticos, los más prudentes, los más respetados por la sociedad que se confiesa cristiana, pero explota y margina en sus operaciones mercantiles. Y los que no alcanzaron un cargo también se molestan, afirman que la elección es la menos indicada porque no recayó en ellos que eran los más capaces.

Con el fin de conquistar los primeros puestos, se hace de todo, desde el engaño, la deslealtad y la compra de voluntades hasta utilizar a los demás como peldaños y piezas de nuestro juego. La intriga, la mentira, las promesas y los golpes bajos son los rituales más comunes para asegurar el camino que conduce al poder. Santiago y Juan están dispuestos a todo para lograr sus propósitos, se olvidan de sus compañeros, se olvidan de su misión, su meta es el poder, el privilegio, sus intereses están primero.

La sociedad está gobernada por el más fuerte, el que tiene poder para humillar, imponer sus ideas y aplastar a los demás; gobierna el que puede socavar cualquier levantamiento y no permite la oposición. La iglesia ataca las dictaduras, especialmente las de izquierda, las acusa de ateas y violadoras de la libertad de conciencia, predica la democracia al mundo, pero verticalmente impone sus normas y dogmas, anatematiza a los que no se ajustan a sus cánones, los excomulga, los aniquila religiosa y civilmente. El poder que concentra la curia romana, los obispados y las parroquias perpetúa la mezquina intención de los hijos del Zebedeo. La iglesia no debe ser una estructura de poder, con primeros puestos y súbditos, con jerarcas, príncipes y señores feudales que en nombre de Dios imponen sus caprichos y locuras. El evangelio no es propiedad exclusiva del clero y el Espíritu Santo no es siervo de la jerarquía ni se encierra en las viejas catedrales perfumadas de incienso.

El reinado de Dios que predicó Jesús es libertad y servicio, no es poder que tiraniza ni norma que se impone, es amor. La lógica del reino de Dios es radicalmente distinta a las ambiciones de Juan y Santiago, el que quiera ser el primero que sirva los demás. El pastor es un servidor y no un jerarca, un esclavo y no un tirano; el báculo no es un cetro ni la mitra una corona. Servir no es mandar ni trasquilar las ovejas, es luchar por ellas, pastar con ellas, morir por ellas. Los que buscan el poder viven en banquetes donde se hartan las ovejas más gordas, los que sirven mueren para evitar que los mercaderes trasquilen el rebaño. No debemos confundir la iglesia con el reino de Dios, ni siquiera se le parece, apenas es un camino, una comunidad de seguidores de Jesús. Un camino que será válido únicamente si es una comunidad de servidores no de ambiciosos ni tiranos.

Servir es olvidar mis niñerías y caprichos para pensar en los demás, es ser solidario con el que sufre, es mantener la puerta abierta para el que necesita mis palabras, mi cariño, mi atención. Servir es luchar por los menos afortunados, los despreciados y abandonados por una sociedad mercantilista. Servir es dar la vida por los demás, porque el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y dar la vida por el rescate de muchos.



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